sábado, 13 de enero de 2007

LA NUEVA CULTURA DEL CONSUMO NO SE SUBE A LA MICRO

Reconstruyendo en mi mala memoria la primera imagen que pudiera tener de un vendedor ambulante subiendo a carreras a una micro, debo hacer el recorrido ( mental) más o menos hacia el año 1974 o 75. Una destartalada Ovalle Negrete ( aquellas de los asientos con tapizado plástico verde oscuro, con relieve en espirales o círculos concéntricos, que tantos recuerdos le traen a mi amigo Eugenio Gárate) enfilaba por la estación Mapocho hacia Bandera ( que en ese entonces subía hacia el Sur) y un muchacho se encaramaba para ofrecer unos “Manicero” a 100 ( escudos). La golosina en cuestión era una endiablada versión minúscula de turrón, que tenía la temible desventaja de adherirse sin remedio a los dientes, de corriente por todo lo que restaba del viaje, cuestión que me hacía evitarlos con energía: prefería los Candy, menos invasivos y más dúctiles a la hora de la disolución.
De aquella imagen reproducida van fáciles 30 años y mucha agua ha pasado por nuestros puentes. En los de nuestras vidas y en los de la ciudad. Y sin embargo, a pesar del tiempo y del feroz cambio cultural que experimentamos en la década de los noventa, los ambulantes de la locomoción colectiva siguen vivos y coleando con mucha más energía, aunque, claramente descolocados ante la arremetida de una promesa de irreversible modernidad, vía Transantiago. De este fenómeno no dan cuenta los informes de desarrollo humano, básicamente porque es considerado esencialmente como un hecho económico más que social.
En efecto, la aparición de sectores informales de la economía tiene su origen en las crisis que enfrentan éstas. Si la irrupción de los ambulantes de las micros es consecuencia de la crisis de la segunda mitad de los 70, el de los ambulantes de las calles lo son de las sucesivas crisis de los 80, 90 y principios de este siglo, que trasladan a la mano de obra menos calificada desde el sector formal, directa y literalmente a la calle. No obstante, este proceso de “reconversión laboral”, genera efectos sociológicos -si se quiere- hacia adentro y hacia fuera.
Hacia dentro, pues el colectivo humano que se adscribe a esta forma de trabajo , va estableciendo una particular manera de interactuar entre sus “iguales” y con la gente, produciendo, a mi juicio, una verdadera subcultura; y hacia fuera, por cuanto la ciudad y sus habitantes también hacen la percepción que este grupo humano constituye un grupo, que tiene sus particulares códigos, y se comporta frente a ellos de formas específicas a consecuencia de esta constatación.
Pues bien, el tema de esta columna no es exactamente la derivada sociológica en la existencia del comercio en la locomoción colectiva, sino más bien la sobrevivencia de esta forma de vida en medio de un cambio en las costumbres de los ciudadanos en los últimos 15 años. El fenómeno es particularmente paradójico en relación con la adquisición de modelos de consumo y comportamiento frente a éste. Así como se ha creado una cultura de consumo, se ha ido desarrollando paulatinamente una mayor conciencia de los derechos de los consumidores, manifestada por la creciente aparición de grupos organizados de defensa de derechos en éste área.

Este proceso de cambio, paradojalmente, no se sube a la micro con nosotros. Arriba de ella nos convertimos en los mismos ciudadanos de hace 20 años. Sumisos frente al anacrónico sistema de locomoción, aceptando subirnos en segunda fila, casi siempre soportando la agria cara del conductor; y, por sobre todo, recibiendo estoicamente la artillería de promociones, ventas por cuenta del importador, y toda clase de ofertas de golosinas, helados y otras chucherías que nos prometen un viaje con algo que echarle a nuestro abdomen o que guardar en los bolsillos. Tal vez si algunos productos que nos ofrecen son los mismos que compramos en el supermercado, talvez si, al menos, el helado que nos venden ya no se nos escurre en cuanto lo tomamos ( hay que esperar a abrir en envase sellado), talvez el destornillador que adquirimos nos sirva para dos tornillos. Pero la esencia es la misma, exactamente la misma de aquellos tiempos en que el turrón se nos pegaba a las muelas sin remedio.
En un país que intenta modernizarse, que adquiere patrones culturales diversos y que pretende erigirse como ejemplo de la nueva economía, que enarbola las banderas de la nueva cultura del consumo, definitivamente la modernidad no tiene pasaje en la micro.

By Solis.

3 comentarios:

Eleuterio Gálvez, el cónsul temerario dijo...

Sr. Solís:
Para que vea Ud. cómo Transantiago es moderno, puedo contarle -mis informantes me datean- que habrá cantantes populares. Este sí es un salto cualitativo en el nuevo sistema de transporte público de Santiago, "el plan de transportes más grande y ambicioso del mundo", dizque; pues recogiendo reclamos tales como el suyo, la autoridad ha dispuesto que el comercio informal quede fuera de los modernos buses articulados, pero sin privar a los pasajeros de aquello tan nuestro: una ranchera, cumbia o bolero acompañado con guitarra, bombo y charango.
Lo mantendré informado.
Eleuterio.

Eulalia dijo...

A este lado del Atlántico el revival es exactamente el mismo: distintos productos, quizá incluso otros modos, pero un mismo grupo humano metido a empujones en la economía sumergida, o economía informal, como ustedes gustan de decir: aquí tenemos el "top manta", o venta de CDs y DVDs piratas que se exponen en las aceras sobre un paño bien limpio; tenemos música en directo en los larguísimos pasillos del metro y en las aceras de las calles más comerciales; tenemos mimos, estatuas humanas, vendedores de flores y verduras...
Con todo, hay una enorme diferencia entre los de ayer y los de ahora: si enferman, tienen sanidad gratuita; van limpios y no hay un sólo niño en la calle trabajando para comer (niños, tampoco había muchos en ningún sitio últimamente; las inmigrantes han vuelto a traernos esa alegría, aunque aprenden pronto que trabajar y parir a doble jornada no es compatible con una vida digna).
Un beso.

Albornoz & Bórquez dijo...

Por este lado del Pacífico, las cosas son como tu las describes, esta vez, con peruanos que se juntan todos los días en la Plaza de Armas. No venden en formato top manta ( ese giro es patrimonio de los nacionales), pero comercian con otras cosas ( basicamente brazos para el servicio doméstico).
La descripción del comercio en la locomoción colectiva parece ser un tópico bastante chileno y tiene, en este instante, a esa especie a las puertas de la reconversión tras la implementación de un "moderno" sistema de transportes, que posee una cara de fracaso increíble.
Solis seguramente reincidirá sobre el particular ( o general, vaya usted a saber) en próximas entregas, dada la veta que ha hallado ( y hayado) en las últimas semanas.
Un beso pacífico con muchísima coña marinera, y gracias por la receta.
Oliveira y el otro.